“Nadie da lo que no tiene”. Este viejo refrán, tan simple como profundo, nos recuerda una verdad esencial: no podemos exigir a los demás aquello que no está en su naturaleza, en sus recursos o en sus posibilidades.
Si pedimos peras al olmo, no las obtendremos. No porque el olmo no quiera darlas, sino porque, sencillamente, no puede. Y en esa constatación se esconde una enseñanza poderosa: el problema no está en el olmo, sino en nuestras expectativas.
El olmo tiene su propio valor: sombra, solidez, belleza. Si no somos capaces de reconocerlo, el desafío está en nuestra mirada, no en el árbol. Lo mismo ocurre en las relaciones humanas y, especialmente, en los procesos de mediación.
En muchas ocasiones, las partes llegan a la mesa cargadas de reproches y frustraciones, convencidas de que el otro “no quiere” hacer algo, cuando en realidad lo que ocurre es que “no puede”. Esa confusión —atribuir mala voluntad donde hay incapacidad o limitación— es una de las principales barreras que bloquean la comunicación y el entendimiento.
Cuando, a través del diálogo mediado, se logra distinguir entre el no querer y el no poder, se abre un nuevo escenario. Desaparecen la desconfianza y el resentimiento, y surge un terreno fértil para la colaboración. Como decía sabiamente Rafael Guerra, “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.
Aceptar esta realidad transforma la dinámica del conflicto. En lugar de partir de lo imposible o de la incomprensión, se empieza a construir desde lo real, desde aquello que sí puede asumirse y cumplirse. Esa comprensión mutua es la base de cualquier acuerdo sostenible.
En mediación, trabajamos precisamente en ese punto: ayudamos a las partes a clarificar qué hay detrás de un “no”. ¿Es falta de voluntad o de posibilidad? ¿Negativa o límite?
Solo cuando comprendemos esta diferencia podemos reorganizar la relación dañada por el conflicto y avanzar hacia un entendimiento genuino.
Porque la mediación no consiste en pedir peras al olmo, sino en descubrir el valor del olmo tal como es, y construir, desde ahí, una nueva forma de convivir.

